domingo, 9 de octubre de 2016

Referéndum y salud democrática

Día dos de octubre. Los colombianos están llamados a ratificar los acuerdos alcanzados entre el gobierno y la guerrilla de las FARC. El escrutinio arroja estos resultados: no, un 50,21%; sí, un 49,78%. La abstención alcanza un 62,57% del censo electoral
Por un estrecho margen triunfó el no en esa jornada dominical. Pero hay un dato importante, y es que, de cada diez colombianos, más de seis se quedaron en casa, renunciaron al ejercicio del derecho supremo en democracia: votar. 
Fuente: wordpress.com
Si trasladamos esas cifras al conjunto de los votantes potenciales, el resultado es que los que han rechazado el acuerdo con las FARC suponen solo un quinto del electorado, uno de cada cinco votantes. Los cuatro restantes han votado afirmativamente o se han abstenido. Por tanto, una cuestión a abordar con urgencia es qué está sucediendo en los sistemas democráticos de todo el mundo para que un sector de la población, cada vez más numeroso, manifieste ese desapego con la política, incluso cuando lo que está en juego es algo tan crucial como una guerra que dura ya cincuenta años y que ha dejado un rastro de pobreza, sufrimiento y exclusión social, y un reguero de miles de víctimas, la mayoría de ellas ajenas al propio conflicto. 
No hay peor lacra para las democracias que el hecho de que los ciudadanos se desentiendan de la política, den la espalda al ejercicio de sus derechos y dejen vía libre a los poderes fácticos. Entonces, los poderosos ejercen sin cortapisas sus prerrogativas a través de los medios de coacción de los que disponen: la tiranía del dinero y la desigualdad, los medios de coacción y desinformación, las cloacas del Estado, las mafias de la droga, las armas o la prostitución; los paraísos fiscales o la fuerza militar. Frente a instrumentos tan poderosos, los de abajo sólo disponemos de la fuerza de la resistencia, la organización colectiva y la educación. Pero las poblaciones empobrecidas y analfabetas no tienen recursos ni tiempo para unirse ni para formarse, ocupadas en su día a día en la agotadora lucha por ganarse el sustento. 
¿Qué valor tienen los resultados de un referéndum en el que más de la mitad de la población no participa? ¿No habría que acordar una participación mínima, al menos del 51 %? ¿Por qué los plebiscitos y elecciones se celebran en días festivos, hurtándole a quienes trabajan el derecho a disponer a su antojo de su descanso y asueto?
Muy poco se habla de estos asuntos cuando las consecuencias de esta y otras consultas populares (como la que desencadenó el Brexit) se están usando torticera y descaradamente para desprestigiar la capacidad de la población para decidir con madurez y responsabilidad sobre su propio destino.
Los grandes medios de comunicación aplican la tergiversación sistemática; pero la otra gran estrategia de coacción es la unidireccionalidad de la información suministrada, que consiste en centrar la atención de la opinión pública en determinados hechos, proyectando una espesa sombra sobre otros elementos de la realidad que distorsionan el macrocuadro informativo de mera ficción o de realidad sesgada que se está ofreciendo. Hurgar en esa amplia zona oscura resulta cada día más difícil para cualquiera de nosotros.